El doctor, aquella tarde, al verlo marchar, comprendió de pronto lo que Grand había querido decir: debía de estar escribiendo un libro o algo parecido. Ya en el laboratorio todo esto tranquilizaba a Rieux. Sabía que esta impresión era estúpida, pero no alcanzaba a comprender que la peste pudiera instalarse verdaderamente en una ciudad donde podía haber funcionarios que cultivaban manías honorables. Más exactamente, no podía imaginar el lugar que ocuparían esas manías en medio de la peste y por lo tanto le parecía que, prácticamente, la peste no tenía porvenir entre nuestros conciudadanos.
Página 47. La peste, Albert Camus.
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