Ahora era de noche, pues en septiembre se hace de noche rápidamente después de la puesta del sol. Se echó contra la madera gastada de la proa y reposó todo lo posible. Habían salido las primeras estrellas. No conocía el nombre de Venus, pero la vio y sabía que pronto estarían todas a la vista y que tendría consigo todas sus amigas lejanas.
-El pez es también mi amigo- dijo en voz alta-. Jamás he visto un pez así, ni he oído hablar de él. Pero tengo que matarlo. Me alegro que no tengamos que tratar de matar las estrellas.
"Imagínate que cada día tuviera uno que tratrar de matar la luna -pensó-. La luna se escapa. Pero, ¡imagínate que tuviera uno que tratar de matar diariamente el sol!. Nacimos con suerte", pensó.
En la página 58, del libro titulado El viejo y el mar, del autor Ernest Hemingway.
Editorial Difusión.
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